Reflexiones dominicales (II)
1 - Sobre los resultados del primer domingo de mi experimento
De acuerdo con el carácter experimental de este escrito, la primera cuestión es analizar los resultados de la entrega anterior, y así seguirá siendo en entregas sucesivas. Según el planteamiento original (Reflexiones dominicales (I) - 1) los datos a considerar son las críticas recibidas al exponer mi escrito al público lector. Sin embargo, debo corregir este planteamiento, o mejor dicho matizarlo. Aparte de los comentarios que han hecho otras personas, consideraré mi propia lectura como dato adicional. Esto es sólo un matiz, pues la reacción de un autor ante la lectura de su propio escrito no deja de ser la reacción de un lector más, en ocasiones el más crítico.
La reacción del autor
Toda obra artística ha de tener unidad. Esta unidad puede significar cosas distintas según el tipo de obra (la unidad de acción que pediríamos a una novela, por ejemplo, no sería la misma unidad que pedimos a una obra pictórica, etc.). Dentro de esa unidad, según han convenido muchos expertos en materias estéticas, debe darse la variedad, siendo un requisito importante del estilo (necesario, pero no suficiente) la variedad dentro de la unidad. En el caso de estas reflexiones sin tema común, parecería que la variedad está dada en el planteamiento, mientras que la unidad es mucho más dudosa.
Lo cierto es que ya me había planteado esto antes de comenzar a escribir. Al no fijar una temática común para mis reflexiones, ¿de dónde vendría la unidad? Mi idea inicial era que la obra tuviera un tono uniforme, y por esa razón fijé el domingo como día para escribirla. El domingo tiene, a mi juicio, su propio tono, más que cualquier otro día de la semana. Al menos, yo soy especialmente sensible al tono pausado, a la atmósfera lánguida, a la pereza del domingo. Desarrollaré algo más esta idea en una reflexión aparte: de momento queda apuntada.
Como decía, esa era mi intención primera: el tono dominical, trasladado de mi ánimo a mis letras, unificaría esta serie de reflexiones. Sería el marco donde incluir la variedad que aportarían los distintos días (los domingos sucesivos) y mis diversas inquietudes: la vida que transcurre, en definitiva.
Por esta razón, consideré que quizá no sería necesario que mis divagaciones se ajustaran a un tema común. Sin embargo, releyendo las reflexiones que constituyen la primera entrega, sí encontré cierta unidad temática: no lo había planeado, pero ahí estaba. Estos tres apartados, tenían los siguientes títulos:
1 - Sobre estas reflexiones
2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II
3 - La estética difusa
En principio, nada presagia que exista un hilo conductor, y sin embargo, podría haber titulado los apartados así:
1 - Lenguaje y literatura
2 - Persona y personaje
3 - Verdad y estética
Así, puede advertirse una relación entre las partes: una unidad en el conjunto. En los tres casos hay dos elementos: uno pertenece al campo del arte (literatura, personaje, estética), otro a la vida real (lenguaje, persona, verdad). Se puede decir, por lo tanto, que lo que hice fue analizar la relación entre el arte y la realidad. Que esto suceda sin que me lo haya propuesto, ¿es simplemente una casualidad? Quizá, pero creo que el hecho merece su propia reflexión.
He postergado dos reflexiones (acerca del domingo, acerca de la extraña coincidencia que acabo de señalar) para no alargar demasiado este primer apartado. De momento, sólo señalo que mis reflexiones dominicales apuntan, en su primera entrega, a una imprevista unidad temática.
La reacción de los lectores
Imagino que cualquier obra literaria debe resignarse a suscitar una reacción que no depende únicamente de sus propios méritos. A menudo influyen el capricho, las modas, la idea previa que el público y la crítica tengan del autor (si tienen alguna), los intereses de la industria editorial, etc. Ni siquiera cabe esperar que la obra sea juzgada con ecuanimidad cuando ha pasado mucho tiempo: o bien la obra se ha olvidado (y entonces no es juzgada en absoluto) o se ha convertido en un clásico, y esto provoca un prejuicio en el lector, por el prestigio que ha adquirido dicha obra. En el caso que nos ocupa, el de un autor inédito, la cuestión no es muy diferente. El público lector se reduce, por lo general, a personas más o menos conocidas por el escritor, y que por lo tanto tendrán habitualmente un prejuicio a favor o en contra del mismo.
Dicho esto, creo que el mejor sistema que uno puede adoptar frente a las críticas es, en caso de duda, considerarlas justas e imparciales, como si dependieran sólo de los méritos de la obra y las diferentes sensibilidades de los lectores. No merece la pena distinguir entre críticas parciales e imparciales precisamente porque siempre serán del primer tipo. De momento haré como si perteneciesen al segundo porque no me interesa juzgar los prejuicios de mis lectores, sino los méritos de mi obra.
Publiqué la primera entrega de estas reflexiones en una página de Internet donde varios autores cuelgan sus textos y los lectores (en la mayoría de los casos, los mismos colaboradores) pueden dejar comentarios a cada texto.
Estos comentarios son la clave para juzgar el éxito de cada texto. No hay manera de saber el número de lecturas de cada texto, de forma que la cantidad de comentarios sería la mejor aproximación. Aparte de la cantidad, puedo considerar la calidad de los comentarios: si son buenas o malas críticas.
Hablaré primero de la cantidad:
En el caso que nos ocupa, el texto recibió diez comentarios, dos de ellos repetidos (seguramente a causa de problemas técnicos): ocho personas comentaron el texto, por lo tanto. Para comparar, veamos cuántos comentarios recibieron los diez últimos textos que he colgado en la misma página:
(Nota: excluyo dos textos que no son realmente literarios, sino comentarios sobre el funcionamiento de la propia página web, y mis reflexiones dominicales)
Negro (relato breve): 20 comentarios
Billete herido (reflexión): 11 comentarios
Leyendas del dios patudo: la araña y el misionero (relato breve): 7 comentarios
Habrá que hacer algo (poema): 7 comentarios
Tambores de guerra (relato breve): 7 comentarios
Rebeliones, elevaciones y demás pataletas (relato breve): 7 comentarios
Época contradictoria (reflexión): 4 comentarios
Pájaro (relato breve): 4 comentarios
Ajedrez (relato breve): 3 comentarios
Las voces (relato breve-prosa poética): 2 comentarios
La media de comentarios es, por lo tanto, 7,2. Mis reflexiones dominicales están un poco por encima de la media en cantidad de comentarios, y puede conjeturarse que también en cantidad de lecturas. Puede considerarse que el texto ha tenido un éxito discreto, juzgando según este criterio.
En cuanto a la calidad de las críticas, la mayoría son bastante positivas, algunas de ellas incluso entusiastas, y ninguna negativa. Sólo se me reprocha que escriba reflexiones dominicales, siendo el domingo un día para descansar: acerca de esto, ya aclaré que confiaba en que el ambiente dominical aportara unidad a mi escrito. Otro lector me comentaba que podría ampliar la segunda reflexión (sobre la muerte de Juan Pablo II): quizá lo haga aún.
Ya dije que consideraría las críticas como si fueran imparciales, aún sabiendo que no pueden serlo del todo. Si no fuera por eso, podría deducir que tengo unos amigos muy majos y generosos, pero no: mi deducción es que Reflexiones dominicales (I) gustó.
Conclusiones
La primera conclusión de mi análisis de los resultados del experimento la está leyendo el amable lector. Ya dije que abandonaría el experimento cuando la gente empezara a aburrirse de leerme. Ya que la primera entrega fue bien recibida, he aquí la segunda.
Esa primera conclusión es consecuencia de la reacción de los lectores. ¿Qué conclusiones puedo deducir (o por lo menos aventurar) de la imprevista unidad en los temas de mis primeras reflexiones? Como ya dije antes, esto merece una reflexión aparte:
2 - Sobre las relaciones entre arte y realidad, y cómo este tema invade mis reflexiones dominicales
Ya he planteado en el apartado anterior el hecho que trato de analizar, y además he aventurado una primera hipótesis que lo explicaría: la casualidad. La consistencia de esta hipótesis podrá juzgarla el lector. Se trata, sencillamente, de una cuestión probabilística. Dadas tres divagaciones dominicales cualesquiera, ¿cuál es la probabilidad de que todas tengan un tema común?
¿Sencillamente una cuestión probabilística, dije? Probabilística quizá, pero no sencillamente. La pregunta que planteaba en el párrafo anterior no es nada fácil de contestar. Ni siquiera es fácil determinar exactamente de qué estamos hablando cuando decimos que el tema de las reflexiones es común. Se podría decir que, dadas n reflexiones, siempre habrá un tema común, en el peor de los casos serían reflexiones acerca de algo. La probabilidad que cuestionamos depende de lo concreto o lo amplio que sea el tema que une las divagaciones. Obviamente, las relaciones entre arte y realidad es un tema mucho más concreto que algo, pero sigue siendo bastante amplio.
Queda, pues, planteada la hipótesis, pero poco más se puede decir para confirmarla o refutarla.
Lo que sí se puede hacer es considerar otras posibilidades.
Por ejemplo, que el tema en cuestión sea bastante importante para el autor, de manera que, aún dejando que las ideas lleguen solas a su mente sin ningún plan previo, un mismo tema se repita una y otra vez, porque es algo que está ahí, en la mente del autor (en mi mente) siempre o casi siempre, en un estado más o menos latente. Esta explicación tiene dos méritos: es sencilla, y no deja de tener algo de cierto. El tema me importa, y mucho. Como escritor, trato de crear, como persona trato de vivir; como ambas cosas, trato de vivir (lo más intensamente posible) la creación, y crear o recrear la vida. En fin, vivo la literatura (en estos momentos, vivo a través de Thomas de Quincey las aventuras de los tártaros huyendo de la zarina) y también quiero trasladar mi vida a la literatura, quiero que mi vida sirva para crear literatura (en estos momentos, obviamente, trato de hacer literatura con mis divagaciones dominicales). No es tan extraño, pues, que escriba tres reflexiones acerca de las relaciones entre arte y realidad, incluso sin haberme planteado hacerlo.
No es, sin embargo, suficiente esta explicación: otros muchos temas me ocupan y me interesan. Adoptaré otro punto de vista para tratar de buscar más pistas que aclaren la cuestión. Hasta ahora he considerado las tres reflexiones como sucesos independientes, y en gran medida lo fueron. Sin embargo, surgieron seguidas, en un intervalo de tiempo bastante limitado, y esto también puede ser importante.
La primera reflexión, la que introduce esta serie de reflexiones, trataba de la literatura y el lenguaje. Que empiece hablando de la literatura es bastante normal, pues una vez que me he propuesto escribir sin ningún planteamiento previo, que el primer tema sea el hecho que tengo más a mano, el hecho de estar escribiendo un texto con pretensiones literarias, no tiene nada de sorprendente. Sobre todo porque es una ocupación de lo más extraña. El arte, en general, es una ocupación extraña: se ha estudiado por activa y por pasiva, se han desarrollado mil teorías para explicar sus propósitos y sus reglas, pero jamás se han podido desvelar sus secretos. La literatura es aún más extraña pues dentro de las bellas artes es un caso bastante raro. Podemos explicar el efecto de la pintura, por ejemplo, o la música, con el concepto de belleza. La belleza, según se experimenta al contemplar un cuadro o al oír una pieza de música (o al ver una puesta de sol) es una respuesta inmediata del individuo a cierta forma de disponer un conjunto de estímulos sensoriales: los colores en el espacio, los sonidos en el tiempo. A eso nos referimos cuando decimos que un cuadro, por ejemplo, es bello. No necesita significar nada, la belleza, en este caso, es algo que se percibe con los sentidos y no con la razón. ¿A qué nos referimos, en cambio, cuando decimos que un poema es bello? El disfrute de un poema no es, ciertamente, sensorial. No es que apreciemos las formas de las letras en el papel. Un poema leído en voz alta puede parecernos musical, y podemos decir que los sonidos de los que se compone son bellos. ¿Es éste el valor que encontramos en un poema? No lo creo. Como música, el poema más musical palidece si se compara con una pieza de Beethoven, por ejemplo. Lo importante de las palabras es su significado (propongo un experimento: tómese el poema más musical que conozcamos, cámbiese cada palabra por otra que no signifique nada pero que no varíe mucho en el sonido, ¿qué quedará del poema tras esta mutación?). Es en el significado donde encontramos la belleza, y esto me parece misterioso. Todo esto me lleva a plantearme la naturaleza del lenguaje y sus capacidades estéticas, el segundo término que considero en mi primera reflexión dominical. Y todo esto, a mi juicio, explica satisfactoriamente por qué ese fue el tema que elegí en primer lugar.
Después reflexionaba acerca de la muerte de Juan Pablo II (acontecimiento que ha dado mucho que hablar en los medios de comunicación), y me preguntaba si debía considerarle como persona o como personaje. La idea no es que sea muy novedosa, pero lo que cuestiono ahora no es la idea en sí, sino el hecho curioso de que esa idea tenga muchos puntos en común con la que me acababa de plantear unos minutos antes. Quizá esto se deba a que el pensamiento es un continuo, y no pasamos de considerar una cuestión a considerar otra sin transición, sino que necesitamos un hilo conductor. Al fin y al cabo, alguna razón tiene que haber para que surja una idea y no otra, y en ausencia de un estímulo externo que desvíe nuestra atención de lo que estábamos planteando hacía un momento, quizá sea lo más natural que relacionemos (en este caso inconscientemente) los temas que vamos tratando.
En tercer lugar, recordaba un libro que había intentado leer, precisamente un libro que trata de la estética pero que además plantea una relación entre la estética y la vida, como había hecho yo en las reflexiones anteriores. De nuevo, ¿es de extrañar que precisamente me acordase de ese libro y de ese planteamiento, justo en el momento en el que estoy planteando ideas muy similares? Ignoro qué mecanismo usó mi mente para traer ese recuerdo preciso en ese preciso instante, pero seguramente la asociación con otros temas que acababa de tratar fue un factor que intervino en el proceso.
Sea como fuere, sucede que mis divagaciones dominicales han tratado hasta ahora de un mismo tema, las relaciones entre arte y realidad, o vida y belleza, o estética y... En fin, ¿acaso hoy he hablado de otra cosa? Quizá sea el destino de estas reflexiones convertirse en una sola reflexión acerca de ese tema, ¿quién sabe? No era mi intención, pero ya dejó escrito Borges que las intenciones de los escritores son, a menudo, lo menos importante (creo que hablaba de Nathaniel Hawthorne, y su intención de moralizar con los extraños y maravillosos cuentos que escribió).
3 - Sobre el domingo (y sobre la noche del domingo)
Entre otras cosas, el día ha ido pasando por estas páginas. Escribo lentamente, pues es domingo y los domingos son días que no invitan a la prisa. También, quizá, porque soy un escritor lento... En fin, las horas han ido pasando (son las nueve) y lo que empezó siendo una tarde de domingo ya es una noche de domingo. Que entre también la noche en estas páginas, pues. Ahora, como he anunciado, toca hablar del domingo, de su atmósfera especial, o de lo que yo percibo como su atmósfera especial. Antes de eso, quería dejar anotado ese suceso tan cotidiano, tan normal, y tan misterioso: ha caído la noche; la ciudad se ha convertido en una constelación de ventanas luminosas y el cielo, imitándola, muestra sus estrellas (en realidad, está nublado, pero ¡por favor! ¡permítanme que poetice un poco!); el mundo se ha llenado de sombras y misterios... No me importa que los fantasmas de la noche invadan mis letras ¡al revés, les invito a hacerlo! Que me cambien de lugar las comas y las preposiciones. ¡Adelante! Quizá tenga algo bueno ser un escritor lento, si las horas enriquecen el texto.
Volvamos al domingo, al día entero y no sólo la noche. Ya he adelantado que es un día que no invita a las prisas. Por cierto que esto me recuerda un ensayo que he leído hace poco, de Thomas de Quincey (sí, el mismo de los tártaros). En ese texto se disculpaba por la prisa con la que se veía obligado a escribirlo. Afirmaba que la prisa podía perjudicar el estilo, pero que quizá fuera también una ventaja a la hora de escribir acerca de un tema que ya había meditado previamente, pues le obligaba a sintetizar el tema y reducirlo a sus ideas fundamentales. Mi caso es el contrario: no hay ninguna prisa, tampoco hay ningún tema que tenga que agotar. No tengo ideas fundamentales, ni nada que se le parezca. El domingo relaja las categorías. En cuanto al estilo, tengo todo el tiempo del mundo para elegir las palabras... sin que ello signifique que espere superar a un De Quincey apresurado: sigue habiendo categorías, relajadas pero categorías al fin y al cabo.
En fin, el domingo es un día sin prisas. Un día para divagar, para dar rodeos sin necesidad de discriminar entre lo que es fundamental y lo que no lo es, pues también es un día sin obligaciones. Es un día para descansar, como me recordaba un lector, pero también es un día para ocuparse de minucias.
El domingo tiene su precedente mitológico. Según la mitología judeocristiana, hubo una primera semana que inició la larga serie de semanas que llamamos tiempo. Esa semana sucedió lo siguiente: de lunes a sábado, Dios creó el mundo, puso cada cosa en su sitio, asignó a cada ser su finalidad; el séptimo día, Dios descansó. Algo debió pasar ese primer domingo, mientras Dios descansaba. Precisamente, debieron relajarse las categorías, como decía antes. Si cada cosa estaba en su lugar, si todo tenía su finalidad, ¿por qué se mezcló todo, porque el mundo se nos presenta sin ninguna finalidad, sin orden preestablecido? Algo debió pasar...
4 - Sobre las oportunidades perdidas
Si hubiera recibido una educación científica suficiente, podría haberme dedicado a escribir manuales de divulgación con gran éxito de público y crítica. Atraparía a los lectores con mi esmerado y ameno estilo, y convencería a los expertos más puntillosos con mi rigor. Una vez conseguido esto, ya podría empezar a inventármelo todo. Mis cándidos lectores aprenderían por qué las cosas caen hacia arriba, y se asombrarían con el delicado vuelo del hipopótamo.
Pero no, estudié una carrera técnica y aquí me tienen escribiendo reflexiones dominicales...
De acuerdo con el carácter experimental de este escrito, la primera cuestión es analizar los resultados de la entrega anterior, y así seguirá siendo en entregas sucesivas. Según el planteamiento original (Reflexiones dominicales (I) - 1) los datos a considerar son las críticas recibidas al exponer mi escrito al público lector. Sin embargo, debo corregir este planteamiento, o mejor dicho matizarlo. Aparte de los comentarios que han hecho otras personas, consideraré mi propia lectura como dato adicional. Esto es sólo un matiz, pues la reacción de un autor ante la lectura de su propio escrito no deja de ser la reacción de un lector más, en ocasiones el más crítico.
La reacción del autor
Toda obra artística ha de tener unidad. Esta unidad puede significar cosas distintas según el tipo de obra (la unidad de acción que pediríamos a una novela, por ejemplo, no sería la misma unidad que pedimos a una obra pictórica, etc.). Dentro de esa unidad, según han convenido muchos expertos en materias estéticas, debe darse la variedad, siendo un requisito importante del estilo (necesario, pero no suficiente) la variedad dentro de la unidad. En el caso de estas reflexiones sin tema común, parecería que la variedad está dada en el planteamiento, mientras que la unidad es mucho más dudosa.
Lo cierto es que ya me había planteado esto antes de comenzar a escribir. Al no fijar una temática común para mis reflexiones, ¿de dónde vendría la unidad? Mi idea inicial era que la obra tuviera un tono uniforme, y por esa razón fijé el domingo como día para escribirla. El domingo tiene, a mi juicio, su propio tono, más que cualquier otro día de la semana. Al menos, yo soy especialmente sensible al tono pausado, a la atmósfera lánguida, a la pereza del domingo. Desarrollaré algo más esta idea en una reflexión aparte: de momento queda apuntada.
Como decía, esa era mi intención primera: el tono dominical, trasladado de mi ánimo a mis letras, unificaría esta serie de reflexiones. Sería el marco donde incluir la variedad que aportarían los distintos días (los domingos sucesivos) y mis diversas inquietudes: la vida que transcurre, en definitiva.
Por esta razón, consideré que quizá no sería necesario que mis divagaciones se ajustaran a un tema común. Sin embargo, releyendo las reflexiones que constituyen la primera entrega, sí encontré cierta unidad temática: no lo había planeado, pero ahí estaba. Estos tres apartados, tenían los siguientes títulos:
1 - Sobre estas reflexiones
2 - Sobre la muerte de Juan Pablo II
3 - La estética difusa
En principio, nada presagia que exista un hilo conductor, y sin embargo, podría haber titulado los apartados así:
1 - Lenguaje y literatura
2 - Persona y personaje
3 - Verdad y estética
Así, puede advertirse una relación entre las partes: una unidad en el conjunto. En los tres casos hay dos elementos: uno pertenece al campo del arte (literatura, personaje, estética), otro a la vida real (lenguaje, persona, verdad). Se puede decir, por lo tanto, que lo que hice fue analizar la relación entre el arte y la realidad. Que esto suceda sin que me lo haya propuesto, ¿es simplemente una casualidad? Quizá, pero creo que el hecho merece su propia reflexión.
He postergado dos reflexiones (acerca del domingo, acerca de la extraña coincidencia que acabo de señalar) para no alargar demasiado este primer apartado. De momento, sólo señalo que mis reflexiones dominicales apuntan, en su primera entrega, a una imprevista unidad temática.
La reacción de los lectores
Imagino que cualquier obra literaria debe resignarse a suscitar una reacción que no depende únicamente de sus propios méritos. A menudo influyen el capricho, las modas, la idea previa que el público y la crítica tengan del autor (si tienen alguna), los intereses de la industria editorial, etc. Ni siquiera cabe esperar que la obra sea juzgada con ecuanimidad cuando ha pasado mucho tiempo: o bien la obra se ha olvidado (y entonces no es juzgada en absoluto) o se ha convertido en un clásico, y esto provoca un prejuicio en el lector, por el prestigio que ha adquirido dicha obra. En el caso que nos ocupa, el de un autor inédito, la cuestión no es muy diferente. El público lector se reduce, por lo general, a personas más o menos conocidas por el escritor, y que por lo tanto tendrán habitualmente un prejuicio a favor o en contra del mismo.
Dicho esto, creo que el mejor sistema que uno puede adoptar frente a las críticas es, en caso de duda, considerarlas justas e imparciales, como si dependieran sólo de los méritos de la obra y las diferentes sensibilidades de los lectores. No merece la pena distinguir entre críticas parciales e imparciales precisamente porque siempre serán del primer tipo. De momento haré como si perteneciesen al segundo porque no me interesa juzgar los prejuicios de mis lectores, sino los méritos de mi obra.
Publiqué la primera entrega de estas reflexiones en una página de Internet donde varios autores cuelgan sus textos y los lectores (en la mayoría de los casos, los mismos colaboradores) pueden dejar comentarios a cada texto.
Estos comentarios son la clave para juzgar el éxito de cada texto. No hay manera de saber el número de lecturas de cada texto, de forma que la cantidad de comentarios sería la mejor aproximación. Aparte de la cantidad, puedo considerar la calidad de los comentarios: si son buenas o malas críticas.
Hablaré primero de la cantidad:
En el caso que nos ocupa, el texto recibió diez comentarios, dos de ellos repetidos (seguramente a causa de problemas técnicos): ocho personas comentaron el texto, por lo tanto. Para comparar, veamos cuántos comentarios recibieron los diez últimos textos que he colgado en la misma página:
(Nota: excluyo dos textos que no son realmente literarios, sino comentarios sobre el funcionamiento de la propia página web, y mis reflexiones dominicales)
Negro (relato breve): 20 comentarios
Billete herido (reflexión): 11 comentarios
Leyendas del dios patudo: la araña y el misionero (relato breve): 7 comentarios
Habrá que hacer algo (poema): 7 comentarios
Tambores de guerra (relato breve): 7 comentarios
Rebeliones, elevaciones y demás pataletas (relato breve): 7 comentarios
Época contradictoria (reflexión): 4 comentarios
Pájaro (relato breve): 4 comentarios
Ajedrez (relato breve): 3 comentarios
Las voces (relato breve-prosa poética): 2 comentarios
La media de comentarios es, por lo tanto, 7,2. Mis reflexiones dominicales están un poco por encima de la media en cantidad de comentarios, y puede conjeturarse que también en cantidad de lecturas. Puede considerarse que el texto ha tenido un éxito discreto, juzgando según este criterio.
En cuanto a la calidad de las críticas, la mayoría son bastante positivas, algunas de ellas incluso entusiastas, y ninguna negativa. Sólo se me reprocha que escriba reflexiones dominicales, siendo el domingo un día para descansar: acerca de esto, ya aclaré que confiaba en que el ambiente dominical aportara unidad a mi escrito. Otro lector me comentaba que podría ampliar la segunda reflexión (sobre la muerte de Juan Pablo II): quizá lo haga aún.
Ya dije que consideraría las críticas como si fueran imparciales, aún sabiendo que no pueden serlo del todo. Si no fuera por eso, podría deducir que tengo unos amigos muy majos y generosos, pero no: mi deducción es que Reflexiones dominicales (I) gustó.
Conclusiones
La primera conclusión de mi análisis de los resultados del experimento la está leyendo el amable lector. Ya dije que abandonaría el experimento cuando la gente empezara a aburrirse de leerme. Ya que la primera entrega fue bien recibida, he aquí la segunda.
Esa primera conclusión es consecuencia de la reacción de los lectores. ¿Qué conclusiones puedo deducir (o por lo menos aventurar) de la imprevista unidad en los temas de mis primeras reflexiones? Como ya dije antes, esto merece una reflexión aparte:
2 - Sobre las relaciones entre arte y realidad, y cómo este tema invade mis reflexiones dominicales
Ya he planteado en el apartado anterior el hecho que trato de analizar, y además he aventurado una primera hipótesis que lo explicaría: la casualidad. La consistencia de esta hipótesis podrá juzgarla el lector. Se trata, sencillamente, de una cuestión probabilística. Dadas tres divagaciones dominicales cualesquiera, ¿cuál es la probabilidad de que todas tengan un tema común?
¿Sencillamente una cuestión probabilística, dije? Probabilística quizá, pero no sencillamente. La pregunta que planteaba en el párrafo anterior no es nada fácil de contestar. Ni siquiera es fácil determinar exactamente de qué estamos hablando cuando decimos que el tema de las reflexiones es común. Se podría decir que, dadas n reflexiones, siempre habrá un tema común, en el peor de los casos serían reflexiones acerca de algo. La probabilidad que cuestionamos depende de lo concreto o lo amplio que sea el tema que une las divagaciones. Obviamente, las relaciones entre arte y realidad es un tema mucho más concreto que algo, pero sigue siendo bastante amplio.
Queda, pues, planteada la hipótesis, pero poco más se puede decir para confirmarla o refutarla.
Lo que sí se puede hacer es considerar otras posibilidades.
Por ejemplo, que el tema en cuestión sea bastante importante para el autor, de manera que, aún dejando que las ideas lleguen solas a su mente sin ningún plan previo, un mismo tema se repita una y otra vez, porque es algo que está ahí, en la mente del autor (en mi mente) siempre o casi siempre, en un estado más o menos latente. Esta explicación tiene dos méritos: es sencilla, y no deja de tener algo de cierto. El tema me importa, y mucho. Como escritor, trato de crear, como persona trato de vivir; como ambas cosas, trato de vivir (lo más intensamente posible) la creación, y crear o recrear la vida. En fin, vivo la literatura (en estos momentos, vivo a través de Thomas de Quincey las aventuras de los tártaros huyendo de la zarina) y también quiero trasladar mi vida a la literatura, quiero que mi vida sirva para crear literatura (en estos momentos, obviamente, trato de hacer literatura con mis divagaciones dominicales). No es tan extraño, pues, que escriba tres reflexiones acerca de las relaciones entre arte y realidad, incluso sin haberme planteado hacerlo.
No es, sin embargo, suficiente esta explicación: otros muchos temas me ocupan y me interesan. Adoptaré otro punto de vista para tratar de buscar más pistas que aclaren la cuestión. Hasta ahora he considerado las tres reflexiones como sucesos independientes, y en gran medida lo fueron. Sin embargo, surgieron seguidas, en un intervalo de tiempo bastante limitado, y esto también puede ser importante.
La primera reflexión, la que introduce esta serie de reflexiones, trataba de la literatura y el lenguaje. Que empiece hablando de la literatura es bastante normal, pues una vez que me he propuesto escribir sin ningún planteamiento previo, que el primer tema sea el hecho que tengo más a mano, el hecho de estar escribiendo un texto con pretensiones literarias, no tiene nada de sorprendente. Sobre todo porque es una ocupación de lo más extraña. El arte, en general, es una ocupación extraña: se ha estudiado por activa y por pasiva, se han desarrollado mil teorías para explicar sus propósitos y sus reglas, pero jamás se han podido desvelar sus secretos. La literatura es aún más extraña pues dentro de las bellas artes es un caso bastante raro. Podemos explicar el efecto de la pintura, por ejemplo, o la música, con el concepto de belleza. La belleza, según se experimenta al contemplar un cuadro o al oír una pieza de música (o al ver una puesta de sol) es una respuesta inmediata del individuo a cierta forma de disponer un conjunto de estímulos sensoriales: los colores en el espacio, los sonidos en el tiempo. A eso nos referimos cuando decimos que un cuadro, por ejemplo, es bello. No necesita significar nada, la belleza, en este caso, es algo que se percibe con los sentidos y no con la razón. ¿A qué nos referimos, en cambio, cuando decimos que un poema es bello? El disfrute de un poema no es, ciertamente, sensorial. No es que apreciemos las formas de las letras en el papel. Un poema leído en voz alta puede parecernos musical, y podemos decir que los sonidos de los que se compone son bellos. ¿Es éste el valor que encontramos en un poema? No lo creo. Como música, el poema más musical palidece si se compara con una pieza de Beethoven, por ejemplo. Lo importante de las palabras es su significado (propongo un experimento: tómese el poema más musical que conozcamos, cámbiese cada palabra por otra que no signifique nada pero que no varíe mucho en el sonido, ¿qué quedará del poema tras esta mutación?). Es en el significado donde encontramos la belleza, y esto me parece misterioso. Todo esto me lleva a plantearme la naturaleza del lenguaje y sus capacidades estéticas, el segundo término que considero en mi primera reflexión dominical. Y todo esto, a mi juicio, explica satisfactoriamente por qué ese fue el tema que elegí en primer lugar.
Después reflexionaba acerca de la muerte de Juan Pablo II (acontecimiento que ha dado mucho que hablar en los medios de comunicación), y me preguntaba si debía considerarle como persona o como personaje. La idea no es que sea muy novedosa, pero lo que cuestiono ahora no es la idea en sí, sino el hecho curioso de que esa idea tenga muchos puntos en común con la que me acababa de plantear unos minutos antes. Quizá esto se deba a que el pensamiento es un continuo, y no pasamos de considerar una cuestión a considerar otra sin transición, sino que necesitamos un hilo conductor. Al fin y al cabo, alguna razón tiene que haber para que surja una idea y no otra, y en ausencia de un estímulo externo que desvíe nuestra atención de lo que estábamos planteando hacía un momento, quizá sea lo más natural que relacionemos (en este caso inconscientemente) los temas que vamos tratando.
En tercer lugar, recordaba un libro que había intentado leer, precisamente un libro que trata de la estética pero que además plantea una relación entre la estética y la vida, como había hecho yo en las reflexiones anteriores. De nuevo, ¿es de extrañar que precisamente me acordase de ese libro y de ese planteamiento, justo en el momento en el que estoy planteando ideas muy similares? Ignoro qué mecanismo usó mi mente para traer ese recuerdo preciso en ese preciso instante, pero seguramente la asociación con otros temas que acababa de tratar fue un factor que intervino en el proceso.
Sea como fuere, sucede que mis divagaciones dominicales han tratado hasta ahora de un mismo tema, las relaciones entre arte y realidad, o vida y belleza, o estética y... En fin, ¿acaso hoy he hablado de otra cosa? Quizá sea el destino de estas reflexiones convertirse en una sola reflexión acerca de ese tema, ¿quién sabe? No era mi intención, pero ya dejó escrito Borges que las intenciones de los escritores son, a menudo, lo menos importante (creo que hablaba de Nathaniel Hawthorne, y su intención de moralizar con los extraños y maravillosos cuentos que escribió).
3 - Sobre el domingo (y sobre la noche del domingo)
Entre otras cosas, el día ha ido pasando por estas páginas. Escribo lentamente, pues es domingo y los domingos son días que no invitan a la prisa. También, quizá, porque soy un escritor lento... En fin, las horas han ido pasando (son las nueve) y lo que empezó siendo una tarde de domingo ya es una noche de domingo. Que entre también la noche en estas páginas, pues. Ahora, como he anunciado, toca hablar del domingo, de su atmósfera especial, o de lo que yo percibo como su atmósfera especial. Antes de eso, quería dejar anotado ese suceso tan cotidiano, tan normal, y tan misterioso: ha caído la noche; la ciudad se ha convertido en una constelación de ventanas luminosas y el cielo, imitándola, muestra sus estrellas (en realidad, está nublado, pero ¡por favor! ¡permítanme que poetice un poco!); el mundo se ha llenado de sombras y misterios... No me importa que los fantasmas de la noche invadan mis letras ¡al revés, les invito a hacerlo! Que me cambien de lugar las comas y las preposiciones. ¡Adelante! Quizá tenga algo bueno ser un escritor lento, si las horas enriquecen el texto.
Volvamos al domingo, al día entero y no sólo la noche. Ya he adelantado que es un día que no invita a las prisas. Por cierto que esto me recuerda un ensayo que he leído hace poco, de Thomas de Quincey (sí, el mismo de los tártaros). En ese texto se disculpaba por la prisa con la que se veía obligado a escribirlo. Afirmaba que la prisa podía perjudicar el estilo, pero que quizá fuera también una ventaja a la hora de escribir acerca de un tema que ya había meditado previamente, pues le obligaba a sintetizar el tema y reducirlo a sus ideas fundamentales. Mi caso es el contrario: no hay ninguna prisa, tampoco hay ningún tema que tenga que agotar. No tengo ideas fundamentales, ni nada que se le parezca. El domingo relaja las categorías. En cuanto al estilo, tengo todo el tiempo del mundo para elegir las palabras... sin que ello signifique que espere superar a un De Quincey apresurado: sigue habiendo categorías, relajadas pero categorías al fin y al cabo.
En fin, el domingo es un día sin prisas. Un día para divagar, para dar rodeos sin necesidad de discriminar entre lo que es fundamental y lo que no lo es, pues también es un día sin obligaciones. Es un día para descansar, como me recordaba un lector, pero también es un día para ocuparse de minucias.
El domingo tiene su precedente mitológico. Según la mitología judeocristiana, hubo una primera semana que inició la larga serie de semanas que llamamos tiempo. Esa semana sucedió lo siguiente: de lunes a sábado, Dios creó el mundo, puso cada cosa en su sitio, asignó a cada ser su finalidad; el séptimo día, Dios descansó. Algo debió pasar ese primer domingo, mientras Dios descansaba. Precisamente, debieron relajarse las categorías, como decía antes. Si cada cosa estaba en su lugar, si todo tenía su finalidad, ¿por qué se mezcló todo, porque el mundo se nos presenta sin ninguna finalidad, sin orden preestablecido? Algo debió pasar...
4 - Sobre las oportunidades perdidas
Si hubiera recibido una educación científica suficiente, podría haberme dedicado a escribir manuales de divulgación con gran éxito de público y crítica. Atraparía a los lectores con mi esmerado y ameno estilo, y convencería a los expertos más puntillosos con mi rigor. Una vez conseguido esto, ya podría empezar a inventármelo todo. Mis cándidos lectores aprenderían por qué las cosas caen hacia arriba, y se asombrarían con el delicado vuelo del hipopótamo.
Pero no, estudié una carrera técnica y aquí me tienen escribiendo reflexiones dominicales...
8 comentarios
NOFRET -
Se me hizo muy largo y por eso fue difícil mantener la concentración, y si me preguntas ahora por el principio del texto, no sabría qué decirte, porque ya lo olvidé, y no porque sea "olvidable" sino porque han venido tantas ideas seguidas que han ido tapando a las primeras en mi memoria.
En resumen, creo que sería importante limitar la extensión de los textos de estas características. Si fuea un cuento o una novela, sería fácil de leer aún si fuera más largo, pero siendo un ensayo o exposición o "experimento" bastante complejo, al menos a mí me resultó muy cansador para mis viejos sesitos.
(Tómalo como de quien viene, que no es pura broma cuando digo que soy una momia) ;)
Sinfo -
Y eso: que mola lo que escribes de los domingos y la prisa.
Sinfo -
Seguramente esto tendrá que ver con que mi madre me retiró la teta de una manera abrupta y repentina, que me causó mucha angustia. Digo yo.
Hay que ver, Pakito, con lo largo que escribes y lo que mola seguir tus frases.
Si tú hubieras sido mi madre, no me hubieras retirado la teta con esa brusquedad, seguro.
Pablo -
El domingo... ¡ay, el domingo! Tengo que recojer las cacas de tinto, regar las plantas, currar una miaja en el jardín, aprovechar si hay que arreglar algo en la casa... En fin.. que hay domingos que se descansa menos. Pero lo peor del domingo es el "síndrome dominical", lo de: Cagüen la leche que mañana ya es lunes.
Por otra parte, me ha gustado, pakito. (Hale, pa la estadística ;) )
Chinpón -
Cerro -
Cerro -
Creo que deberías poner una imagen a estos ensayos dominicales, algo que te guste y que nos llame la atención y que sea siempre el mismo dibujo o fotografía, para saber que ya has vuelto, que otra vez empieza la semana (o acaba).
Por otro lado, éste me ha gustado más que el de la semana pasada, aunque me duelen los ojos de leer tanto ante la pantalla (acabo de levantarme y no sé si son horas de leer en la pantalla del ordenador durante unos quince minutos un escrito "de pensar"). Quizás deberías plantearte unos límites en cuanto al tamaño de cada ensayo. Eso cortaría con tijeras tu creatividad a veces, otras, haría que no escribieses sólo tres líneas de reflexión dominical, pero, también sería un nuevo reto y daría unidad a todas las "Reflexiones dominicales". Además, pienso que es una gran manera de atraer al letor, que ya sabe cuánto tardará en leerte y siempre se quedará con ganas de más y esperará ansioso un nuevo domingo.
Y, por último, hoy es lunes, ayer me pasé el día entrando aquí esperando que subieses tu reflexión semanal. En fin, lo bueno se hace esperar.
Un fuerte abrazo.
Cerro -